El beso superhéroe, el beso valiente que no teme, que desafía al ridículo del rechazo, que reconcilia, que redime, que te sube por las nubes y te invita a volar. El beso que define, que construye, que engrenda futuro. el beso que salva.
Dos besos superhéroes he dado en mi vida, jugándome la partida. Los demás han sido besos cobardes de la pradera, que tampoco están nada mal, pero que no se pueden comparar con la épica del beso campeador que vence después de muerto y te deja con cara de Babieca.
El primero, a Conchi, mi compañera de trabajo, ese amor adolescente que, a cambio de ser imposible, ha tenido la gentileza y el mérito de convertirse en imperecedero. Se lo dí en los labios dentro de una camára de congelación a menos diez grados centígrados donde se guardaban en la fábrica de pastelería los armarios de género pendiente de horno. Si a Ananda se le estallaron los labios, al atolondradito xiquet de dieciséis años que era yo casi se le derriten los croasanes y las ensaimadas por culpa de la temperatura extrema que alcanzó mi napolitana, y eso que estábamos a menos cero.
El segundo, a mi Marga, en las escaleras de Tavernes, en el cuello, al segundo día de conocerla y en plan kamikace.
¿La reacción en ambos casos? Pues que lo diga Arturo Pérez Reverte, que lo explica mejor que yo de aquí a Lima:
"Normalmente pensamos que es el hombre el que lleva a la mujer a los rincones oscuros del placer, y no es verdad. El hombre abre la puerta, pero la mujer es la que de una manera deliberada e intelectualmente muy interesante, se adentra por ese territorio, explorándolo con una valentía y un coraje que deja al hombre acojonado"
Ananda, con sus labios reventones como granadas maduras, me ha inspirado el siguiente relato, así que se lo dedico a él y también ...también...también y sobre todo a quien le provocó que el corazón le eyaculara una sangría de felicidad.
Y , por extensión, también se lo quiero dedicar a todos los que no han esperado a la guagua y se han atrevido con un beso superhéroe.
Y lanzó esa frase envuelta en el encaje de una voluta de humo que exhaló como el estambre de una amapola.
Después, depositó de nuevo el cigarrillo en un cenicero que sudaba temor de tumor con un ademán tan autocomplaciente que me recordó al último y resolutivo número escrito en un desafiante sudoku.
¿Con qué me iba a sorprender a continuación?....
Volteó la cabeza para atrás y me dejó ver un cuello atravesado por todas las autopistas con peaje de placer por donde los vampiros mortales se estrellan a doscientos por hora y los inmortales celebran eternamente cumpleaños felices con mordiscos de tarta dulce.
No...No lo hagas. No te extiendas el cabello. Sabes que no puedo resistir esa imagen.
Ajena a mi sufrimiento silencioso, alzas los brazos y extiendes los dedos. Los entierras en tu hermosa mata de pelo y me acuerdo de cómo me estremeciste la primera vez que los deslizaste bajo mi slip con la misma suavidad con que se descubre la secreta combinación de una caja fuerte.
Reparas en que te miro con ojos de loco. Mi máscara de impenetrabilidad cae hecha jirones.
“¿Qué miras? ¿Qué piensas? No te quedes tan callado. Sabes que no soporto tus silencios"
Y en silencio quedo como en el único presidio que entiende justo lo que quiero en este momento. Y redobla la guardia. Y corre ruidosamente los cerrojos de seguridad. Y activa todas las alarmas. Los reflectores se encienden a toda potencia para que no aproveche una evasión en sombras.
Obsesión intensa y carnal. Lo insoportablemente perdurable durante algunos segundos como para dejarme colgado en una inopia atolondrada que rasga con desesperación de cadena perpetua la granítica pared de deseos que duermen en celdas bajo siete llaves.